Volviendo a caer en la insana adicción, sin saber nunca nada. Nada de nadie, nada de mí. Tapándome con la obesa oscuridad de estas cuatro paredes llenas de vida. Mi vida. Y el acordeón, él también me acompaña, siempre iluso a lo que verdaderamente provoca.
Al final, la almohada vuelve a estar húmeda y por mis entrañas sigue corriendo la sangre. No sé si soy yo, no sé si seguir. No sé por qué.
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